El soldado de Rodas by Eneko Fernández

El soldado de Rodas by Eneko Fernández

autor:Eneko Fernández [Fernández, Eneko]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2016-10-02T16:00:00+00:00


* * *

Tras deambular media hora por el Foro, tomaron de nuevo la escalinata en dirección a la casa. Absorta en el recuerdo vívido de Lucilia quemando documentos en su cubículo, y tratando de buscarle algún sentido oculto, no reparó en el grupo de tres hombres, uno de los cuales iba encapuchado, que bajaban la escalinata en dirección contraria. Fania no vio el primer golpe que la derribó al suelo. Sí el segundo, y también cómo alguien la levantaba bruscamente y la apoyaba contra la pared de una fachada, apresando sus muñecas sobre su cabeza. Era Carbo Ambusto.

—Albricias, putita. —Su cara estaba tan cerca que Fania podía distinguir con detalle la costra quemada de su rostro, semejante a una masa inerte e inorgánica pegada a su cara.

Fania, venciendo su repulsión, miró por encima del hombro de Ambusto y vio cómo otros dos hombres habían derribado a Andrónico y a Glauco y los pateaban en el suelo. Los reconoció como Capito y Lurco, los hermanos menores.

—¿No crees que es peligroso abandonar la casa acompañada solo de un viejo y de un esclavo obeso? —Ambusto se relamió los labios. Su lengua pasó muy cerca de la boca de Fania—. Hay muchos peligros en la ciudad. Y hay gente que cree que has hablado demasiado últimamente, ¿verdad?

—¿Dónde está mi hermano? —A pesar del temor y la repulsión que sentía, Fania se encaró con él.

—Muerto, por supuesto.

—No te creo. —Y le escupió en la cara.

Ambusto lamió su saliva cuando se deslizó hasta las comisuras de sus labios. Sonrió de una forma que a Fania hizo que se le erizara el vello, y comenzó a manosearla, retorciendo sus pezones y tratando de levantarle la túnica por encima de las rodillas. Fania gritó de dolor. No podía ser posible que aquello estuviera ocurriendo a plena luz del día y tan cerca del Foro. No obstante, no iba a dejarse vejar de aquella manera. Tras liberar una de sus muñecas, lo arañó con rabia en la cara, logrando trazar cuatro surcos sobre aquella costra. Fue como arañar el estuco de una pared, desprendiéndose granos minúsculos de color rojizo. Ambusto aulló de dolor y le propinó un puñetazo en el vientre que la hizo doblarse por la cintura. «Esto no puede estar sucediendo», se dijo Fania mientras boqueaba en busca de aire.

—¡Déjala, maldito cobarde! —Glauco, que se retorcía en el suelo, desafió a Carbo Ambusto—. ¡Lucha con un hombre!

Ambusto comenzó a reír estrepitosamente mientras se tocaba la costra con la mano y comprobaba que estaba sangrando.

—¿Y dónde hay uno?

Glauco se puso en pie trabajosamente. Cerró los puños, tensando la piel sobre sus nudillos de anciano. Su voz sonó poderosa.

—Aquí mismo, maldito engendro de cara quemada.

Ambusto palideció al oír el insulto, lo que hizo que el color rosáceo de su costra resaltara aún más. Propinó un nuevo puñetazo a Fania y la soltó. Esta se escurrió deslizando su espalda contra la pared hasta quedar sentada, desmadejada. Todo frente a ella quedó neblinoso. Creyó distinguir cómo Ambusto sacaba una daga de su túnica y arremetía contra el viejo esclavo.



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